Félix Grande, tal vez el mayor poeta español que aún teníamos entre nosotros, falleció el pasado viernes. Como despedida a un poeta, nada mejor que su palabra de poeta. Carnal e intensamente unido a la vida en sus versos, no da su ungüento de poesía donde nos recuerda lo inmediato, lo intenso, lo eterno de la palabra: haberla paladeado, devorado, vivido. Como la vida.
No muere mucho quien vivió tanto.
DAME UNGÜENTO DE CARNE, LOBA
La prisa despareja con que miro tu piel
la premura apretada con que altero tu cuerpo
para hablarle a tu carne y lamer a tu voz
son como ávidas gotas de estaño compasivo
que busca aminorar las grietas de la muerte
La planta de la edad nos chupa nuestros días
abriéndose como una flor negra, abominable
y en este esplendor de hoy se oculta la simiente
de una desposesión calcinada y perversa
como la del desierto. En el calcio del tacto
hay una lenta caries que nos invade desde
el fin aterrador del tiempo y de la vida
Presuroso y perdido unto en mí tu persona
y soy un bulto de hombre y de loco y de perro
que corre por tu cuerpo y a la vez por un túnel
despavoridamente lamiendo en las tinieblas
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