sábado, 29 de enero de 2011

UNIVERSOS


Yo dibujé el primer bisonte
sobre un vientre de roca
con sangre de los hijos muertos
y hollín de la hogueras que nos salvaron del terror.

Bebí cicuta y cristales rotos,
fui la muchacha que flota en el río de flores heladas.
Crucificado bocabajo, mis entrañas son devoradas eternamente
más nunca renuncié al fuego
ni a una sola de sus extensiones.

Mis carabelas navegaron los canales de Marte
mi oído aún recuerda los cantos de los peces de Orión.
Soy todos los hombres que fueron
y aquellos que habrán sido
y el robot que llora lágrimas de parafina
y el mutante poseído por el cerebro de la colmena.

Serenamente veré pasar los milenios
cerrados y purísimos
hasta que se extingan los dinosaurios y los ángeles y los cometas
y ese accidente de los protones que fue vivir.
Como el primer bisonte
acurrucada sobre el vientre de piedra
sangre y recoldos de lo que tal vez nunca haya existido.

LOREN FERNANDEZ

domingo, 23 de enero de 2011

El pasado viernes 21 se presentó en el Ateneo de Madrid el libro del poeta Jesús Urceloy titulado "Harto de dar patadas a este bote". ¿Qué tiene de especial este poemario, aparte de tan curioso título? Que se compone únicamente de sonetos, noventa nada menos, donde el autor vivifica una estructura que podría parecernos antigua, anquilosada, aburrida, poco inspiradora. Nada más lejos de la realidad: cuando uno comienza a leer este libro de sonetos no puede aburrirse, no puede dejar de sorprenderse por la variedad de registros, de temas, de estructuras, de tonos, por ese sentido del humor que unas veces nos recuerda al Quevedo más irreverente y otras nos sumerge en las historias más cotidianas y actuales, por ese desgarro y melancolía libre de tópicos y de sentimentalismo fácil, por ese lenguaje sencillo que sabe convertir en lírico.
Es dífícil elegir un soneto entre tanta variedad e ingenio. Igualmente difícil me ha sido elegir sólo tres. Pero eso es lo que haremos. El resto, los encontraréis en el interior del libro, editado por "de la luna libros". Que los disfrutéis.


SONETILLO DEL QUÉ
(En versos de siete sílabas)

¡Cómo sois las mujeres,
cómo os montáis la trama!
¡Qué inteligente llama
sin tiempo y sin haberes!

¡Qué estúpidos los seres
masculinos del drama!
¡Qué lujo es una cama
cuando hacéis los deberes!

¡Qué pronto os entregamos
la ciudad asediada!
¡Con qué descuido amamos

vuestra belleza airada!
¡Y qué pronto olvidamos
que nunca olvidáis nada!



EL POETA LEVEMENTE AVERGONZADO RELATA CON CIERTA DISCRECIÓN UN PERCANCE DE SIGNO AMATORIO

No estaba mal, tenía grandes tetas,
y un culo perspeaz, ávido y tieso,
yo la espiaba oculto, lo confieso,
y más que oculto en bolas, qué puñetas.

Urdí a la sazón un par de tretas
por ver si en un descuido yo, poseso,
podría por detrás asir travieso
esas rotundas carnes, firmes, prietas.

Me relamía al verla, sin respeto
me deslicé procaz, soez, la traca
en mi mano valiente, en fin, discreto.

Mas no me fijé bien y en una estaca
tropecé y fui de bruces contra un seto,
y... haciendo ¡Muuuu!, se me escapó la vaca.


SONETO A TRAVÉS DEL SUEÑO

Soñé contigo anoche. Me decías
en el sueño que tú también soñabas
conmigo. Y en tu móvil que no estabas
para nadie, durmiendo. Y que hace días

en otro sueño casi conseguías
entrar en mí y también te puse trabas:
¿Quién es usted? -te dije. Y que te dabas
la vuelta. Yque después me maldecías.

Y ayer los dos, pasados los albores
que limpian con su luz los negros pozos
de la vigilia, el tedio y los horrores

nos hallamos, tan prófugos de esbozos,
en un jardín bendito de amadores,
rendidos tras los sueños y los gozos.

miércoles, 12 de enero de 2011

UN DIA SIN SUERTE

    
     El día no había comenzado bien para Paulino; pero eso no era, ciertamente, una novedad. Lo que ya no era tan frecuente, o al menos llevaba semanas sin suceder, era que se quemase la lengua con el café. Paulino miró con odio al camarero. Quince años entrando en aquel bar frente a su oficina, a las ocho y diez en punto de la mañana, de lunes a viernes, y aquel patán de orejas de soplillo aprovechaba cada vez que Paulino olvidaba decir "con leche templada" para traicionarle con un chorro despiadado de leche hirviendo.
     Paulino sacó con disimuslo la punta de la lengua quemada, buscando el alivio del ambiente frío de diciembre.
     -Este café está ardiendo- se atrevió a decir, pero la voz le salió en falsete, como la queja de una abuela costipada. Carraspeó, cuando ya tenía encima al camarero: brazos apoyados en el mostrador, encarándole.
     -Usted no pidió la leche templada. Cuando uno no sabe cómo quiere el cliente la leche, lo suyo es echarla caliente. Así siempre tiene arreglo- dijo, defendiendo sus argumentos tras un bigote de púas espesas- Señor- añadión, masticando las cinco letras como si fuerse a escupírselas encima a Paulino, antes de dirigirse a otro lugar de la barra donde le reclamaban.
     Paulino asumió que, decididamente, el día no había comenzado bien. Que el despertador no había sonado, que tuvo que ducharse con agua helada por lo de la avería, que el champú se le había metido en los ojos y la mermelada entre las uñas, que el doberman de la vecina le había lamido las manos en el ascensor, que la autopista estaba saturada, la ruta alternativa atascada y su atajo particular completamente colapsado. Que el café le había quemado la lengua. Y que no podía seguir ignorando a aquella gitana que meneaba los décimos de lotería y los pendientes de coral frente a su nariz.
     -¡Saleroso! ¡Que llevo el Gordo!
     Paulino negó con la cabeza y fingió un interés mayúsculo en su taza de café.
     -¡Peor pá tí, saborío! -dijo la gitana, dándose media vuelta.
     "El gordo", pensó Paulino, "¿Tocarme a mí el gordo? ¡Con el día que llevo!". Y luego, mientras intentaba amansar su café a base de pequeños soplidos, se dijo que no era el día, que era la vida entera lo que llevaba a rastras y tropezones, que él no era precisamente de ese tipo de gente a la que le toca "el Gordo", que nunca había sido el primero en nada; ni siquiera el último. Que, sin ir más lejos, después de tantos años esperando un ascenso llegó un tal Aurelino López, de la oficina central, y consiguió el puesto que el merecía, con tanta facilidad como otros compran un papelito y se hacen millonarios.
     Aurelio López. ¿No era precisamente Aurelio quien entraba ahora en el bar, sacudiéndose las solapas de su estupendo traje azul? ¡Como si fuera posible que Aurelio López llevara una mota inoportuna en su traje o en cualquier inoportuno lugar! Paulino, en cambio, se miró la solapas de su chaqueta y se sacudió esa caspa que parecía reproducirse automáticamente, como en un criadero.
     Aurelio López se cruzó con la gitana, sacó la cartera, cambió un billete de dinero por otro de suerte. La suerte. La suerte, pegada siempre a Aurelio López, con la misma naturalidad que la caspa a los hombros de Paulino.
     La gitana salió del local. Las campanillas de la puerta tintinearon. Paulino pagó el café y fue hacia la puerta, sin perder de vista a la mujer. Salió tras ella a la calle, el tintín de las campanillas a sus espaldas, el golpe de frío encaramándose a su nariz. La gitana bajaba la calle, pregonando la suerte, la vuelta de la tortilla, anunciando otra vida:
     -¡Que llevo el Gordo! ¡Que llevo el Gordo!
     Paulino se quedó clavado en la acera, junto al semáforo. A su lado pasó Aurelio López, ignorándole, y cruzó la calle rumbo a la oficina, con el décimo recién comprado en el bolsillo.
     -¡Que llevo el Gordo! ¡Que llevo el Gordo! -se oía aún calle abajo.
     Paulino seguía con la vista las faldas inmensas y granates, el moño alto atado con una cinta color pistacho, el manojo de boletos de lotería, la voz que se iba perdiendo entre los ruidos de la ciudad.
     -¡Que llevo el Gordo! ¡Que llevo el Gordo!
     Paulino se detuvo aún un momento, saboreando la idea. Si quería, todavía podía alcanzarla. Si quería podía probar suerte. Si quería...
     El chirrido de los frenos de los coches le hizo volver la cabeza. El semáforo se había puesto rojo. Al otro lado del asfalto el muñequito verde abría las piernecitas, reclamándole. Al otro lado de la calle el ordenanza abría las puertas de su oficina y la luz de los fluorescentes comenzaba a parpadear. Paulino bajó la acera, atravesó el paso de cebra rumbo a la oficina, atraído como una polilla por aquella luz, dispuesto a sumergirse de lleno en un día que, como de costumbre, no había comenzado bien. En un nuevo día sin suerte.


lunes, 3 de enero de 2011

FELIZ 2011 CREATIVO

Feliz 2011.
Comenzamos año, seguro que con un montón de propósitos y de proyectos por escribir. Algunos se quedarán por el camino: otros pasarán a formar parte de ese universo literario en el que todos, al escribir, nos sumergimos, y del que todos bebemos. Por eso comienzo este año compartiendo un poema en el que hablo, precisamente, de todo lo que mi forma de escribir (¿sólo de escribir?) debe a mis lecturas. ¿Qué escritores llenaron vuestras alforjas? ¿Somos conscientes de todos ellos, o algunos, menores o leídos de niños, quedan en nuestro inconsciente sin nombre ya? ¿Es esta la inmortalidad del escritor?
Que durante este 2011 que comienza no dejéis de llenar vuestras alforjas de buena literatura y de crear obras con las que llenar las de otros.

OTROS LLENARON MIS ALFORJAS

Para este viaje de palabras
otros llenaron mis alforjas:
El desafío mudo y vertical de aquel ciprés
que asaetea el cielo.
El brazo incorrupto con el que no podré escribir
sin antes haber muerto.
Veinte años vividos en tierra de Castilla
que soñé y no conozco.
Un rostro de niña que se aferra a mi ventana
por faltar a su entierro.
El sabor a terrón agrio de la yunta hundida
en mi propia miseria.
La alegría que una vez sentí temblar en mis manos,
aunque la crecida nos llegue al borde de la  boca.
Silencio que no es ausencia  si la condenan mis ojos.
Golondrinas circulares de un amor que consume.
Verde viento que mece la tan verde, verde rama.
Y la paz de saber que siempre,
si regresase vencida
me quedaría Ítaca.