¿Y qué tiene este conjunto de poemas que ha llamado tanto la atención, que ha provocado tantas reseñas entusiastas y minuciosas? Sin duda, la gran personalidad poética de la autora: lo que escribe María Solís, aunque tiene pinceladas y ecos de grandes poetas, sobre todo americanos (la autora, además de una amplia cultura e inteligencia lectora, lee y traduce en varios idiomas), es algo que tiene un tono, un enfoque, un uso de los detalles y de las palabras que solo escucharemos en los poemas de María Solís.
Por un lado, su forma de mirar lo cotidiano, de adentrarse en mundos como el de los ácaros o la procesionaria, de reinterpretar la caza del zorro o el uso maternal de la saliva, de detectar la atracción de la muerte en una inocente escena de playa.
Versos poderosos que van revelando su interior poco a poco, aderezados de humor y de espanto. Porque, en ocasiones, nos sorprende con imágenes siniestras, en las que el humor acentúa el horror (En el supermecado venden niñas / no más de cinco años, por favor)(El hombre que ha venido a salvarnos padece de anorexia); en otras, es un ironía casi tierna bajo el que se transparentan las sombras más tétricas (Ya es verano/porque ha caído un cuerpo en la piscina)(Mamá ha metido espejos en el pavo/Vomitaría, si estuviera vivo). La mirada lúcida sobre esa mezcla de miedo y amor, de asfixia y protección, que es la familia (-la madre, amor, higiene, catatonia-)(La precisión de la hora, del corte, del castigo a la hija,/a la pornografía de la masticación./La urbanidad, silencio/de tres) y la representación en toda su crudeza de la vida, en la que ni la ausencia de dolor (El doble del dentista me sonríe/dice que hay otra forma de cura: Sin dolor) ni la protección de la madre (Y las madres verdosas lo prohíben/pero el mar son espasmos de medusa) ni acatar las normas (Ha muerto una señora respetable./Austera, castellana,/los poros obstruidos de justicia) puede librarnos del veneno mortífero, ingenuo y transparente que flota en ese mar que es vivir, y en el que nos zambullimos con obstinación y entusiasmo, divertidos por lo mismo que de terrible tiene el juego.
NIÑOS EN UNA PLAYA
La mer aux spasmes de méduse
(La mar, con sus espasmos de
medusa)
Saint-John Perse
por la esterilidad de los rastrillos verdes, de la pala y el cubo,
por la enfermedad del enanismo en unas manos
y una madre que las mantiene torpes con plástico y color.
Llegó la colonización de las medusas.
Contra ellas
navegan barcos rojos con las cruces,
desembarcan el cabezudo y el gigante.
Para un suficiente número de presas
no les bastan las redes, los cazamariposas,
necesitan
el volumen vacío del juguete.
son hundidos
y emergen con veneno, la descarga, la baba,
la belleza.
Y los niños crecidos del invierno
aplauden
e imaginan la zambullida del marino
en el agua que hierve de urticaria
y a su vez desean sumergirse, buscar
al animal mortífero, ingenuo, transparente.
Pero el mar son espasmos de medusa.
ESTALACTITA
desnudo.
Gotea la maldita ubicuidad y tú,
desnudo.
Dios tiene una erección
de displicencia.
Lanza el alma.
Gota a
EL ESPIRITU DE EMPRESA DE LOS ACAROS (KAROSHI)
"El
trabajo te salvará la vida"
dicen el terapeuta, el padre y el amigo.
Un edificio enfermo será el héroe,
le estamos preparando un gran desfile.
La importancia económica del ácaro
es el gramo de piel perdido al día
por un humano adulto, amor de araña
que copula en el polvo y la moqueta.
Acolchonado interno, dermatófago,
el espíritu de equipo de los hombres
que levantan la empresa, el féretro o el Cristo:
ese rictus de silla giratoria.
Con su amianto presiona la vagina
la secretaria: así no nace nadie
y los fetos maduran, se convierten
en hombres, envejecen y mueren en el útero.
En los hoteles
ya no pueden abrirse las ventanas,
el aire respirado se recicla.
Libertad de vapores ergonómicos.
Antes hubo espíritus no estancos,
que dejaban impresa en las paredes
la humedad japonesa de la sangre:
la honorabilidad de la carótida
sesgada, los tres cortes del vientre.
Nunca morir de espaldas, nunca
sin atarse previamente las rodillas.
Son los emplastecidos por el blanco
industrial, ácaro del terciopelo
y de la sarna. Y qué hacer, si le dan
pistolines a un grupo de soldados
que no quiere morir. Correctamente.
Los ácaros son seres responsables.
Los soldados son seres responsables.
Viven, se reproducen y sonríen
como crecen las uñas de los muertos.
dicen el terapeuta, el padre y el amigo.
Un edificio enfermo será el héroe,
le estamos preparando un gran desfile.
La importancia económica del ácaro
es el gramo de piel perdido al día
por un humano adulto, amor de araña
que copula en el polvo y la moqueta.
Acolchonado interno, dermatófago,
el espíritu de equipo de los hombres
que levantan la empresa, el féretro o el Cristo:
ese rictus de silla giratoria.
Con su amianto presiona la vagina
la secretaria: así no nace nadie
y los fetos maduran, se convierten
en hombres, envejecen y mueren en el útero.
En los hoteles
ya no pueden abrirse las ventanas,
el aire respirado se recicla.
Libertad de vapores ergonómicos.
Antes hubo espíritus no estancos,
que dejaban impresa en las paredes
la humedad japonesa de la sangre:
la honorabilidad de la carótida
sesgada, los tres cortes del vientre.
Nunca morir de espaldas, nunca
sin atarse previamente las rodillas.
Son los emplastecidos por el blanco
industrial, ácaro del terciopelo
y de la sarna. Y qué hacer, si le dan
pistolines a un grupo de soldados
que no quiere morir. Correctamente.
Los ácaros son seres responsables.
Los soldados son seres responsables.
Viven, se reproducen y sonríen
como crecen las uñas de los muertos.
Muchas gracias por esta maravillosa reseña, Loren.
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