Como vimos en la anterior entrega de la "serie", hay dos
opiniones diferentes entre los escritores acerca de la inspiración: hay algunos
que sienten que es un estado interior, una disposición casi mística sin la que
cualquier trabajo será en vano; otros, en cambio, nos dicen que la inspiración
llega en el mismo proceso de escritura, que no es más que trabajo y constancia
porque precisamente esa dinámica es la que provoca que surjan las ideas (“Si un
día me llega la inspiración, que me encuentre trabajando”, dijo uno de ellos).
Entre esas dos corrientes existe un amplio territorio en el
que encontrar nuestra propia manera de estimular la creatividad: dependerá de
nuestra forma de escribir, de nuestro estilo, de nuestras rutinas y tiempo
disponible, del tipo de historia o, incluso, del género. En mi caso, por
ejemplo, me resulta difícil escribir poesía sin ese “estado interior” de gracia,
lo que no me sucede con la prosa. Me ha ocurrido a menudo comenzar un poema con
una idea clara de lo que quería decir, y encontrar que las imágenes no fluían,
que no era capaz de expresar con palabras el sentimiento, o que estas eran
demasiado prosaicas o tópicas. En cambio, cuando una historia me ronda la
cabeza, parece que la mejor manera para que se desarrolle y cobre vida es,
precisamente, comenzar a escribirla. El mismo estímulo de la escritura
continuada hace que la inspiración llegue, porque nuestro cerebro está
trabajando en esa historia durante todo el día, sin que a menudo seamos
conscientes de ello: cualquier detalle que observemos a nuestro alrededor,
cualquier gesto de una persona que podríamos destinar a nuestros personajes,
cualquier emoción que nos provoque un recuerdo, la asociaremos a esa novela o
relato en la que estamos trabajando y que, durante días o durante años, nos
acompañará como un mundo paralelo del que entramos y salimos continuamente con
la imaginación.
No se trata de ningún misterio ni de magia (aunque sea un
proceso que nos sorprenda y maraville y al que es difícil poner reglas); todo
está en nuestros procesos mentales, tanto los que parten de nuestro interior
como los que nos ponen en contacto con el exterior.
En primer lugar, es en nuestro interior donde encontramos
la motivación para escribir: conocernos o que nos conozcan, entender el mundo o
ser entendidos por él, contar algo que nos entusiasma o q nos inquieta,
denunciar una situación, sentir la satisfacción de crear algo nuevo… Y en
también en nuestro interior donde encontramos los primeros materiales para
escribir: vivencias propias, recuerdos, emociones, reflexiones.
Desde el exterior, ya que afortunadamente estamos rodeados
de seres únicos, complejos y ricos en experiencias, nos llegarán también
materiales ajenos: las historias que nos cuentan, las formas tan distintas de
reaccionar ante distintas situaciones, la variedad de puntos de vista, la
pluralidad de sentimientos y de experiencias.
Cuanto mayor interés pongamos en observar lo que ocurre a
nuestro alrededor y en hacernos preguntas a nosotros mismos, más material
tendremos para alimentar la inspiración.
Pero no somos simples cronistas de historias o de emociones,
propias o ajenas. El escritor (al menos el que pretende ser creativo) recoge
todo ese material para darle nueva vida con las acuarelas y los cinceles de la
imaginación. Cada mínima situación engloba múltiples maneras de ser
interpretada y representada. Los temas de la literatura no son numerosos,
algunos de ellos se repiten hasta la saciedad: podemos escribir la historia de
un amor imposible como el de “Romeo y Julieta”, una reflexión sobre el poder
como “La fiesta del chivo”, una saga familiar como “La de la casa de los espíritus”
y, sin embargo decirlo de una manera nueva, imaginar algo que, tratando el
mismo tema, lo haga distinto.
Quizás aquí se reconcilien las dos visiones acerca de la
inspiración, quizás este sea el territorio limítrofe entre el impulso y el
trabajo que algunos llaman de esa manera: en la imaginación. Estimular la
imaginación y trabajar duro sobre los frutos que nos da es la mejor manera de acceder
a ser tocado por los dedos de la musa.
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