Bajo mi piso se alquilan trasteros.
Tres veces al día oigo el metálico chirriar de las puertas,
en idiomas extraños.
Cuatro metros cuadrados
donde la soledad apenas cabe;
cuatro esquinas de un colchón amarillo
donde restañar el miedo, las ausencias y los esqueletos.
Y un cajón de fruta donde guardarlo todo.
Abajo
Gime palabras que suenan a arena removida en los charcos.
El trastero es oscuro, estrecho,
profundo, húmedo,
frío como una tumba
y es su muerte pequeña cada noche
¿Serán tan frías las tumbas?
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