Ray Bradbury |
La novela de Ray Bradbury , “El vino
del estío”, de la que ya comencé a hablaros (entusiasmada) la semana anterior,
está formada por varias historias que se entrecruzan en el pequeño pueblo
veraniego de Green Town. La pericia de Bradbury para escribir relatos cortos como
pequeñas joyas bien engarzadas, llenos de contenido, vigor narrativo y pericia
literaria, es sin duda el motivo de que algunos de los capítulos de “El vino
del estío” sean historias completas por sí mismas, relatos que se pueden
paladear por separado.
Os traigo un capítulo de los que me
han parecido más intensos y que reflejan mejor esa maestría de Bradbury.
Intentaré desmenuzarlo un poco y saber cómo se las apaña para que sus
personajes sean tan reales y nos provoquen emociones tan cercanas, para que el
texto “se deje leer tan bien” y para sugerir tanto con tan pocas palabras.
Comienza el texto describiéndonos a
Jhon Huff, amigo del protagonista.
Los
hechos acerca de Jhon Huff, de doce años, son simples y se enumeran pronto.
Lo cual descubrimos enseguida que no
es cierto: no son simples, sino sorprendentes, y no se enumeran pronto, pues
nos lleva un largo párrafo conocerlos. Eso, aparte de dar un toque de ironía
(esa ironía tan característica de Bradbury), nos lleva a situarnos desde el
punto de vista de Douglas, el niño protagonista: para él, los méritos de Jhon
Huff son incuestionables.
Podía
descubrir más rastros que cualquier indio choctaw o cherokee desde el principio
de los tiempos, podía saltar del cielo como un chimpancé de una rama, podía
zambullirse, nadar debajo del agua dos minutos, y salir a la superficie
cincuenta metros más allá, río abajo. Si uno le tiraba una pelota de béisbol la
devolvía golpeando manzanos y echando abajo cosechas enteras. Podía saltar
muros de huertas de dos metros de alto; subirse a un árbol y descender cargado
de melocotones con más rapidez que otro cualquiera de la pandilla.
Ya nos hemos quedado más que asombrado
con las habilidades de Jhon. Y es que, como dice Angel Zapata en su manual de
escritura creativa, uno de los requisitos para que un relato nos enganche es
incluir un “cocodrilo”: algo sorprendente y especial. Y la descripción de Jhon
está plagada de “cocodrilos”. Douglas, además, aumenta el “cocodrilario” con
hipérboles; lo que un niño admira ha de ser insuperable : “desde el principio de los tiempos”, “saltar del cielo”, “echando abajo
cosechas enteras”.
No
era un fanfarrón. Era bueno. Tenía el pelo oscuro y rizado, y dientes blancos
como la nata. Recordaba las letras de todas las canciones de cowboys y se las
enseñaba a uno, si uno quería. Conocía los nombres de todas las flores
silvestres, y cuándo salía y se ponía la luna, y cuándo subían o bajaban las
mareas. Era, en verdad, el único dios vivo en todo Green Town, Illinois, y del
siglo veinte que conocía Douglas Spaulding.
Bradbury, en pocas líneas, nos hace
una descripción moral y física de Jhon. Pq pocos datos son suficientes para un
buen escritor. A pesar de tantas habilidades, Jhon no era fanfarrón. Y, como en un relato no hay q decir, sino mostrar,
nos lo muestra inmediatamente: un chico que no alardea y que respeta. El
contraste del pelo negro y los dientes blancos, son un reflejo también del
contraste entre su humanidad sencilla y sus habilidades “divinas”. Es el único dios vivo q conoce Douglas.
Y
ahora, él y Douglas estaban en las afueras del pueblo en otro día cálido y
redondo como una bolita, y el soplado cristal azul del cielo subía y subía, y
los arroyos brillaban con aguas espejeantes sobre piedras blancas. Era un día
tan perfecto como la llama de una vela. Douglas
recorría el día pensando que así seguiría siempre. La perfección, la redondez,
el olor de la hierba se adelantaban alejándose con la velocidad de la luz. El
silbido de un amigo, como el de una oropéndola, la música del manojo de llaves
mientras uno hacía cabriolas en la senda de polvo, todo era completo, todo
podía tocarse. Las cosas estaban cerca, las cosas estaban a mano, y seguirían
allí.
Las descripciones nunca deben ser superfluas.
En una sociedad acostumbrada a los medios visuales nos resulta aburrida una
descripción del paisaje q no tenga otra intención. Y esta la tiene, desde
luego. Douglas acaba de hablar de un “dios
vivo”, y ese dios vive en un mundo perfecto, el mismo que Douglas, y por
eso el mundo es redondo (es decir, eterno, repetido, sin fin) y perfecto (la
cosas están bien tal y como están en ese momento), y el paisaje nos lo muestra metiéndonos
en un ambiente agradable, luminoso y seguro,
y añade q Douglas piensa q “las
cosas seguirían allí”.
El autor introduce descripciones
sensoriales variadas: el calor, el olor de la hierba, el brillo del agua, los
sonidos. El ambiente se nos hace más cercano, más creíble, más irrepetible. El
paisaje de Bradbury, “se puede tocar”
y ahí esta otra característica de un buen escritor. Bradbury es capaz de esto
porque es un buen observador (el sonido de esas llaves en el bolsillo al hacer
cabriolas) y porque sabe mirar las cosas desde una perspectiva original (“perfecto como la llama de una vela”). En
resumen: creatividad.
Era
un día tan hermoso…y, de pronto una nube cruzó el cielo, cubrió el sol, y no se
movió. Jhon
Huff había estado hablando lentamente algunos minutos. Douglas se detuvo y le
clavó los ojos.
Repentinamente, el ambiente ha
cambiado. Una nube cruza el cielo; el escritor nos prepara, comenzamos a
entender q ese mundo perfecto se va a resquebrajar. Douglas también ve el
peligro: ya no “mira”, “clava los ojos”
-Jhon,
repite eso.
-Ya
me oíste, Douglas.
-¿Dijiste
que…te ibas?
-Tengo
el billete de tren en el bolsillo. ¡Uh-uh! ¡Tan! Chu-chu-chu-chu. Uuuuuu…La voz de Jhon se apagó.
Jhon da la mala noticia, comenzando un
diálogo magistralmente construido. El niño quiere quitar hierro al asunto,
haciendo el sonido de la máquina del tren, pero su propia voz acaba apagándose.
Con detalles como este, con los gestos, con lo q se esconde detrás de las
palabras y de los silencios, Bradbury nos hace entender el estado de ánimo y
las emociones de los personajes, sin nombrarlos directamente; tal y como si
fuésemos espectadores de la vida y tuviésemos q interpretarla.
Sacó
solemnemente el billete verde y amarillo y los dos lo miraron.
-¡Esta
noche! –dijo Douglas- ¡Dios!¡Esta noche íbamos a jugar a la luz roja, la luz
verde y las estatuas! ¿Cómo así de pronto? Has estado en Green Town toda mi
vida. ¡No puedes irte así!
-Es
mi padre –dijo Jhon-. Consiguió un trabajo en Milwaukee. No estábamos seguros
hasta hoy.
-Dios
mío, y la semana próxima tenemos el pícnic bautista, y luego la feria del
trabajo, y el día de Todos los Santos… ¿Tu padre no puede esperar hasta
entonces?
Jhon
meneó la cabeza.
-¡Qué
barbaridad! –dijo Douglas-. Deja que me siente.
Douglas intenta detener la partida de
su amigo con excusas poco lógicas: un buen diálogo tiene algo de incoherente,
como las conversaciones reales; así no solo nos da información sobre la
partida, sino que nos expresa el estado de ánimo de Douglas, su lucha, hasta q
se siente derrotado (“deja que me
siente”).
Se
sentaron bajo un viejo roble, en la ladera de una loma, mirando el pueblo. El
sol dibujaba alrededor largas sombras temblorosas. Debajo del árbol había una
frescura de caverna. Afuera, a la luz del sol, el pueblo parecía consumido por
el calor, con las ventanas abiertas como bocas jadeantes. Douglas hubiese
querido correr allí donde el pueblo, con su peso, las casas, su tamaño, podía
encerrar a Jhon e impedirle escapar.
El paisaje ha cambiado, porque el mundo
ha cambiado para Douglas. Ahora no hay
luz, sino sombras “temblorosas” y un
frío de “caverna”. Incluso el sol no
es ya agradable, como hace unos minutos, sino algo agobiante que consume al pueblo y lo convierte en una
especie de prisión-Pero somos amigos –dijo Douglas descorazonado.
-Siempre lo seremos –dijo Jhon.
-Vendrás a visitarme casi todas las semanas, ¿sí?
-Papá dice que sólo una o dos veces por año. Son cien kilómetros.
-¡Cien kilómetros no es mucho! –gritó Douglas.
-No, no es mucho –dijo Jhon.
-Mi abuela tiene teléfono. Te llamaré. O quizás iremos nosotros a visitarte. ¡Eso sería magnífico!
Jhon calló largo rato.
-Bueno –dijo Douglas-, hablemos de algo.
-¿Qué?
-¡Mi Dios, si te vas hay un millón de cosas! ¡Todo lo que hubiéramos hablado el mes próximo, y el otro! ¿Mantis religiosas, zepelines, acróbatas, tragaespadas! ¡Como antes! ¡Saltamontes que escupen tabaco!
-Lo malo es que no deseo hablar de saltamontes.
-¡Siempre hablabas de eso!
-Sí. –Jhon miró fijamente las casas-. Pero me parece que no es éste el momento.
-Jhon, ¿qué te pasa? Estás raro…
Jhon había cerrado los ojos, arrugando la cara.
El diálogo prosigue, con la lucha de Douglas por aceptar la realidad y la aceptación de Jhon. Jhon parece haber madurado de pronto, no le interesan ya las cosas misteriosas ni peligrosas; ante él aparece un misterio, un miedo, mayor e insospechado: el de las cosas que perdemos por no haber reparado en ellas, disfrutado, recordado. Bradbury lo hace utilizando las ventanas de la casa Terle como metáfora de ese miedo:
-Doug,
la casa Terle, el primer piso, ¿lo conoces?
-Claro.-Los vidrios de colores en las ventanas redondas, ¿han estado siempre allí?
-Claro.
-¿Estás seguro?
-Esas ventanas están ahí desde que nacimos. ¿Por qué?
-Nunca las vi antes –dijo Jhon-. Mientras venía hacia aquí miré arriba y las vi. Doug, ¿qué he hecho todos estos años que no las vi nunca?
-Tenías otras cosas que hacer.
-¿Sí? –Jhon se volvió y miró a Douglas con cara de miedo-. Doug, ¿por qué me asustarán esas malditas ventanas? Quiero decir, no es nada que pueda asustar, ¿verdad? Es sólo… -Titubeó-. Pero si no vi esas ventanas hasta hoy, ¿qué otras cosas me he perdido? ¿Y las cosas que vi realmente? ¿Podré recordarlas cuando me vaya?
-Recordarás lo que quieras recordar. Fui afuera hace dos veranos. Allí te recordé.
-No. No recordaste. Me lo dijiste. Te despertabas de noche y no podías recordar la cara de tu madre.
-¡No!
-Algunas noches me pasa lo mismo en casa. Siento miedo. Voy al cuarto de mis padres y les miro la cara para estar seguro. Y cuando vuelvo a mi cuarto me he olvidado otra vez. Dios, Doug, ¡oh, Dios! –Jhon se apretó las rodillas-. Prométeme algo, Doug. Prométeme que me recordarás, promete que recordarás mi cara, y todo.
-Es
muy fácil. Tengo una cámara de cine en la cabeza. Cuando estoy acostado
enciendo la luz en mi cabeza y todo aparece en la pared, claro como todos los
diablos. Allí estarás tú, gritándome y
haciéndome señas.
-Cierra
los ojos, Doug. Ahora dime, ¿de qué color tengo los ojos? No espíes, ¿De qué
color?Douglas empezó a transpirar. Cerraba con fuerza los ojos, nerviosamente.
-¡Oh, demonios! Jhon, no es justo.
-¡Dímelo!
-¡Castaños!
Jhon apartó la cara.
-No, señor.
-¿Qué es eso de no?
-Ni siquiera te acercaste.
Jhon cerró los ojos.
-Vuélvete –dijo Douglas-. Abre los ojos y déjame ver.
-Es inútil –dijo Jhon-. Ya te olvidaste. Como dije.
-¡Vuélvete!
Douglas tomó a Jhon por el pelo y le acercó la cara, lentamente.
Muy bien, Doug.
Jhon abrió los ojos.
-Verdes –Douglas dejó caer la mano desanimadamente-. Tienes ojos verdes… Bueno, es un verde parecido al castaño, ¡un verde avellana!
-Doug, no mientas.
-Bueno –dijo Doug en voz baja-, no mentiré.
Los dos niños son ahora conscientes de
que el tiempo termina por arrebatarnos todo, incluso los recuerdos. Doug sabe
que perderá a su admirado amigo (“el
único dios vivo de Greenville”) y que ni siquiera puede fiarse de que los
recuerdos que de él tenga sean exactos. Jhon sabe que terminará por olvidar y
por ser olvidado, por morir en cierto modo para los que hoy deja atrás; y que,
para él, ha muerto sin remedio todo lo que en su día no fue capaz de aprovechar,
ver o vivir de Green Town… y algunas de las que realmente vivió (“¿qué otras cosas me he perdido? ¿Y las cosas
que vi realmente? ¿Podré recordarlas cuando me vaya?”).
Se
quedaron allí mirando a los otros niños que subían la loma gritando y aullando.
Sin duda se podrían sacar muchas más
lecciones de escritura de este texto, muchos más ejemplos de esa forma de
mostrar sin decir, de esa creatividad a partir de lo cotidiano, de ese sugerir,
de esa comprensión de los seres humanos, de ese saber captar los detalles, los
gestos y los sonidos de la vida.
Os dejo el reto de intentarlo.
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