MI MALETA Y YO
Mi maleta y yo nos despedíamos con ternura en el aeropuerto, cada viernes. Ella solía tener más suerte que yo. El domingo volvía a buscarla entre las otras maletas que giraban en la cinta transportadora y, ya solos en mi cuarto, yo le enseñaba el forro de mis bolsillos, ella me abría un interior de máscaras batusis, bragas de blonda con marcas de dientes o manoseados planos de Pernambuco y Aix en Provence.
Este domingo no ha regresado. Ninguna de las maletas que levantaban el telón de la cinta interminable se le parece. Entre las piernas de los viajeros encuentro una postal de Jalisco, escrita al dorso: “Estoy harta de tu falta de compromiso y de tanto ir y venir sin llegar a ninguna parte. María Dolores”.
Nunca me mostró sus sentimientos. Ni me dijo su nombre.
HOMBRE DE BUENAS INTENCIONES
Extiende los
puñales sobre el cristal de la mesa, pulcra y ordenadamente, como una echadora
de cartas.
Están a punto
de venir a cenar los suicidas.
EL ESPEJO
OLVIDO TATUADO
El hombre de espaldas lleva tatuado en la nuca un nombre de mujer que nunca acierta.
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