DESCUBRIENDO "ROJO Y NEGRO", DE STENDHAL
¿Eres de los que deshechas la lectura de los clásicos, con el prejuicio que será un plomazo, de lenguaje y temas muy lejanos a tu mundo real? Pues te estás cerrando la puerta a muchas agradables sorpresas. Yo procuro leer, por lo menos, una de esas obras inmortales en verano, segura de que novelas que siguen dando que hablar, editándose y leyéndose después de cien años o más, tienen algo que decirme y enseñarme, como escritora y simplemente como ser humano. En esta ocasión elegí “Rojo y negro”, de Stendhal, y me he llevado una de esas agradables sorpresas que te cuento, pues me enganché con su lectura como si se tratara de un best-seller o de una policíaca. ¿Qué resaltaría de “Rojo y negro”?: su sentido del humor; su ironía caústica para con la sociedad; las sucesión inesperada de intrigas amorosas; y esos personajes tan reales, con sus luces y sus sombras, sus tragedias presentadas de tal modo que a veces nos hacen reír y sus triunfos a veces tan miserables que nos hacen reflexionar tristemente sobre la condición humana.
¿Te han dicho alguna vez que, para que la novela sea atractiva, debes presentar un personaje “agradable”, “positivo”, con quien el lector pueda identificarse? Pues Stendhal desecha ese supuesto para inventarse a Julian Sorel, un joven capaz de herir a las personas que más le quieren y apoyan, con tal de escalar en la vida, un inmaduro con baja autoestima que nunca acaba de saber lo que quiere. Tal vez no nos identifiquemos con él, pero seguimos sus aventuras con interés hasta el final, a veces insultándole, compadeciéndole otras: “La señora Renal se encerró después en su dormitorio. La dicha robó el sueño a sus ojos. Julian, por el contrario, durmió como un plomo. Al día siguiente despertó a las cinco y, en honor a la verdad, diremos lo que seguramente había sido para la señora Renal, si alguien se lo hubiese dicho, una puñalada: el ingrato apenas le dedicó un pensamiento. Sin embargo, mientras se dirigía al comedor, se dijo con tono ligero: -Debo decir a esa mujer que la amo”.
No menos curiosos son el resto de los personajes, que representan todos los vicios y absurdos de la sociedad de su época (no tan distinta a la nuestra). Julian ha luchado y atropellado por entrar en esa “buena sociedad”, que acaba sabiendo tan falsa como aburrida:
“Julian hallaba en la manera de ser de la mariscala un modelo casi acabado de esa calma patricia que respira corrección y finura de modales y es inaccesible a las emociones vivas. Una muestra de sensibilidad habría sido a sus ojos algo parecido a una embriaguez moral, que no puede menos de avergonzar a toda persona celosa de su dignidad.
Julian se encontraba más alegre, mejor dicho, menos triste que de ordinario. De tal suerte se animó, que la mariscala concluyó por no comprender lo que decía. Esta circunstancia, a los ojos de la mariscala, era un mérito.”
Sthendal, además, nos presenta una historia romántica, encendidas y entrelazadas pasiones, pero de una forma, en ocasiones, tan deliberamente exagerada que nos hace reírnos de las situaciones Y presentando unos personajes tan capaces de morir por amor como de cambiar de sentimientos en minutos. “El entusiasmo de la señorita de la Mole rayaba en lo inverosímil, su alegría era delirante. Ni podía pensar en otra cosa que en la dicha de haberse visto en peligro de morir a manos de Julian.
-¿Cuántas almas de los jóvenes de la alta sociedad habría necesidad de soldar para obtener semejante impulso de pasión? Preciso es confesar que estaba arrebatador cuando se subió sobre la silla para volver a colocar la espada en su puesto. En realidad, no fui tan loca como parece cuando le amé y me entregué a él. Aunque mi amor hacia ese pobre muchacho duró bien poco… total, los minutos que le vi subir por la escalera, cargado de pistolas y puñales, y a lo sumo, hasta las ocho de aquella mañana…”
Tampoco se priva Stendhal de interrumpir su narración para manifestar las complicaciones del autor, ese difícil equilibrio entre reflejar la realidad y ser políticamente incorrecto, entre crear una obra de calidad y gustar a la “mayoría”:
“No olviden nuestros lectores que las novelas son espejos que pasean por la vida pública, que tan pronto reflejan el purísimo azul de cielo, como el cieno de los lodazales de la calle. Y si así es, ¿os atreveréis a acusar de inmoral al hombre que lleva el espejo en su canasto?” “Ahora que suponemos a todos convencidos de que el carácter de Matilde es imposible en nuestro siglo, tan prudente como virtuoso, no es tan grande nuestro temor de incurrir en el desagrado de nuestros benévolos lectores, si continuamos la historia de las locuras de aquella encantadora joven”.
“La política es algo así como una piedra de molino atada al cuello de la literatura, que la sumerge y ahoga en menos de seis meses. Una página política ofenderá a la mitad de los lectores y matará de aburrimiento a la otra mitad. El autor hubiese querido estampar a continuación una página entera de puntos, pero se opuso fieramente el editor, alegando que una página entera de puntos tiene muy poca gracia, y que la poca gracia es la muerte de las obras tan frívolas como la presente”
Si tengo que añadir alguna crítica negativa, decir que, en comparación con el resto, encuentro el final exagerado y moralista: ¿Es una concesión de Stendhal a los gustos del público y a lo políticamente correcto, o un nuevo guiño de ironía? Tal vez sólo pretende salvar a su personaje, hacernos creer que se convertido, finalmente, en el tipo maduro y generoso, digno del amor de quienes le amaron y de la comprensión de quienes le leímos. Después de todo, Stendhal es su padre: literario, pero padre al fin y al cabo.