Emocionante y enriquecedor encuentro de poesía, poetas y público en torno a la poesía social, el que tuvo lugar este último fin de semana en Madrid. Un orgullo poder participar en él. Gracias a los organizadores por la invitación y por incluirme en el volumen antología editado por la editorial
Amargord.
El poema con el que participo, "Vienen sangrando", está hoy más que nunca de (triste) actualidad con el asunto del ébola. Creemos que podemos dar la espalda a esa parte del mundo que se desangra, como si las fronteras fuesen otra cosa que convencionalismos que intentan separar a una única Humanidad y como si su dolor no fuese a tocarnos nunca, a hacer tambalear nuestra comodidad, a manchar nuestro egoísmo, a herirnos también.
VIENEN SANGRANDO
Viajeros invisibles de
la ciudad subterránea
vienen sangrando.
Viene Jamal, con las prietas carnes de la liebre a quien
persiguen los galgos
a través del muro, a
través del Estrecho, a través de la miseria.
Viene Katya, con los
muslos marcados
por los dientes de sus
dueños de alquiler
y el hígado roído por
el hambre de su perpetuo amo.
Viene María Elena, vertiendo
bajo su delantal de niña rota
babas de viejo, y fetos
callados.
Viene Máximo, en los
bolsillos su cartilla del desempleo,
entre los dedos seis
lustros de callos,
haciendo equilibrios sobre
los raíles mohosos de un tren de cercanías.
Viene mi tía Maribel
con el vientre ajado
después de parir cuatro
alacranes.
Viene el perro que fue
abandonado
en cualquier
gasolinera,
el viejo perdido en un
supermercado,
una revolución olvidada
en una cinta de cassette.
Algunos vienen
sangrando.
Otros, no. Indiferencia.
O un levísimo rechinar
de dientes que nos salva los ojos girando
hacia el mar, hacia los
golpes mecánicos del limpiaparabrisas, hacia el neón de los bares.
Pero ellos, invisibles
aún, vienen sangrando.
Pasan por las avenidas
y las iglesias, por los cines de estreno,
por las alfombras pálidas
de los burdeles caros,
por los escaparates de
las relojerías
donde se vende el tiempo
que no les pertenece.
Vienen sangrando,
a través de las noches
de lluvia y de los días de asma,
dejando un reguero de
sangre obstinado
sobre el que flotan el
polen y los insectos.
Vienen sangrando,
y su sangre se irá
esparciendo por los parques,
y correrá bajo las
torres modernistas y los puentes romanos
y quemará las cosechas
de trigo, las raíces de los rascacielos, el alma de las hormigas, la sombra de
las catedrales.
Hasta que sepamos
que esa sangre es nuestra
sangre.